Tolva y lavadero de la Mina Enrique Francisco
MINAS DE EL MARCHAL (ENIX)
Con el nombre genérico de “Minas del Carmen” encontramos diversas concesiones y explotaciones mineras en el término de Enix en distintas épocas, por lo que el relato de los hechos debe ser tenido en cuenta como la hipótesis más plausible, pero sujeta a posibles variaciones. La primera referencia aparece en 1870, cuando se constituye la Sociedad de las Minas del Carmen, cuyo Libro de Actas se encuentra en el Archivo de la Diputación de Almería. Curiosamente, en el acta de constitución (23/10/1870) la sociedad se denomina “Mina del Nombre de Dios”, mientras que en el resto de actas figura como Mina del Carmen, situada en el denominado Barranco del Macho. La explotación no debió ser muy productiva, por cuanto se suceden las peticiones a los socios para incrementar sus aportaciones, y son numerosas las renuncias a las acciones, y la morosidad de los propios socios. A raíz de los turbulentos sucesos de 1873, con la proclamación de la Primera República, la actividad de la mina se detuvo. En enero de 1874 se reanuda por un corto período de tiempo, hasta que en la Junta del 13 de julio de 1874 los socios descubren con sorpresa que la concesión había caducado. A la desesperada intentaron reunir el dinero necesario para registrarla de nuevo, pero cuando al fin lo consiguen ya es demasiado tarde, pues otra persona se les había adelantado. Únicamente quedaba, pues, liquidar la sociedad subastando las existencias y herramientas, y repartiendo su valor entre los socios que se encontraban al corriente de pago. Entendemos que la continuidad de la explotación corresponde a José López Martínez, que el 30 de julio de 1874 demarca oficialmente 12 pertenencias mineras (120.000 m2) en el cerro de las Minicas, o de Buenavista, pertenecientes al coto de José Spencer Sánchez, para extraer mineral de plomo. Así consta en el expediente nº 7.248 que obra en la sección de Minas del Archivo Histórico Provincial de Almería, con la denominación de “Mina del Carmen”. La diferencia de fechas puede deberse a que, con carácter previo a la solicitud oficial de la demarcación hubiera podido reclamarla por algún otro procedimiento. En cualquier caso, siempre nos quedará la duda de si se corresponde con una explotación totalmente independiente. Si recurrimos a la toponimia la confusión se acentúa, por cuanto no se ha podido determinar la veracidad del término “Barranco del Macho”, mientras que sí existe un “Barranco del Miedo”, término de gran similitud en la escritura ológrafa, en otra zona del término municipal de Enix, alejada del cerro Buenavista y Barranco de Plateros, estos sí inequívocamente referidos a la pedanía de El Marchal.
Historia
Centrándonos en la explotación de José López Martínez, conviene hacer notar que la legislación minera separa la titularidad del suelo de la del subsuelo, permitiendo a cualquier persona registrar en régimen de concesión cualquier terreno, para explotar las riquezas subterráneas. Se pretendía así estimular la actividad de un sector capital para la economía nacional. En la gran mayoría de los casos todo quedaba en un sondeo prospectivo y el rápido abandono de la concesión. El problema surgía, paradójicamente, cuando el sondeo indicaba la existencia de mineral en abundancia. Así ocurrió en el caso que nos ocupa. Tras 12 años de actividad desde la concesión, lo cual ya era síntoma de éxito, el 12 de mayo de 1886 José López Martínez se dirige al Gobernador Civil de Almería solicitando la expropiación de los terrenos, acogiéndose al artículo 27 del Decreto Ley de Bases de 29 de diciembre de 1868, promulgado en plena “Revolución Gloriosa”, con unos tintes muy liberales, y que continuó en vigor durante la Restauración. Alegaba el titular de la explotación que necesitaba hacer uso del terreno para construir edificios, depósitos, cortijos (sic) y almacenes para minerales. Había intentado, sin éxito, comprarlo al propietario, pero este le había pedido un precio excesivo, pese a tratarse de terreno montuoso y de mala calidad. El pleito que se suscitó es significativo de la relevancia que tenía la minería en aquel contexto histórico. El propietario del terreno era un miembro significativo de la burguesía almeriense surgida del comercio de minerales (casa Spencer y Roda). Por contra, el emprendedor minero era un joven alpargatero de la capital, que como tantos paisanos había decidido apostar en la “lotería minera”. Como era preceptivo, un ingeniero de minas emitió informe acreditando que se trataba de terreno inculto y de escasísimo valor, declarando la necesidad imprescindible de ocupación del mismo para verter escombros y lavar minerales. Afirmaba que el criadero era de cierta importancia, y finalmente se pronunciaba a favor de la expropiación, al primar las ventajas de la explotación del subsuelo sobre la del suelo. Como era previsible, el 9 de marzo de 1887 se declara la utilidad pública y en el B.O.P. del 22 de septiembre de 1887 de declara la necesidad de ocupación, pagando el minero el precio de 251,97 pesetas al terrateniente. El debate sobre la incidencia de la minería en la provincial de Almería ha suscitado diversas controversias en torno a los efectos medioambientales, sociales o económicos, prevaleciendo la opinión negativa. Sin embargo, casos como este podrían matizar esas conclusiones, atestiguando que la minería supuso en no pocos casos una oportunidad de elevación en la escala social de muchas personas.
Volviendo a las Minas de El Carmen, al principio del siglo XX se pierde el rastro en los archivos históricos, y las únicas fuentes de información pasan a ser los testimonios orales de los antiguos mineros. En particular, José Lizana López, de Alhama de Almería, confirma que durante la Guerra Civil no se interrumpió la actividad de la mina. Él comenzó a trabajar en 1937, cuando contaba con sólo 7 años. La forma de laboreo que relata nos resulta familiar, por cuanto es la misma que venía desarrollándose desde los inicios de la minería moderna en la Sierra de Gádor, a principios del siglo XIX. Las trancadas horizontales, que no pozos, se barrenaban y los niños que componían la llamada gavia capaceaban el mineral al exterior, donde se desmenuzaba y lavaba. Según Lizana, la galena era argentífera, lo cual era bastante raro en Sierra de Gádor, a diferencia de lo que ocurría en Almagrera. Finalmente, el mineral se cargaba en pozos y se llevaba a Almería para ser embarcado rumbo a las fundiciones de Málaga. Todo un paradigma de negocio atrasado y ruinoso, abocado al cierre. Sin embargo, hacia 1942 se hizo cargo de la mina un misterioso personaje de origen alemán, que inyectó el capital necesario para relanzar la explotación. Aportó nueva maquinaria y mecanizó el lavadero con 3 molinos. Además, se instaló una quebrantadora grande y otra más fina. Bien podría tratarse de Enrique (o Heinrich) Kringe Schuck, quien entre 1943 y 1945 registró 50 demarcaciones mineras a lo largo de toda la provincia, pero sobre todo en los términos de Enix y Felix, para explotar plomo, hierro y zinc. Junto con Samuel Luchsinger, que registró en 1943 una demarcación en Bédar, son los únicos extranjeros que aparecen durante ese período en el Registro de Minas del A.H.P.A. Después del alemán, la explotación de la mina pasó a la Compañía Metalúrgica El Guindo, de La Carolina (Jaén), de gran tradición minera y acreditada solvencia. Pese a todo, la mina no dejaba de ser un anacronismo. Uno de los últimos ejemplares de una especie abocada a la extinción. Con el cierre de la misma, en los años 60, se echa el telón a casi dos siglos de minería privada del plomo en Sierra de Gádor. Únicamente quedará activa la empresa pública M.A.S.A. en Berja, y sólo por unos pocos años más. Estado actual Las Minas del Carmen se sitúan a unos 600 metros al sur de la pedanía de El Marchal de Antón López. Desde la plaza de la iglesia buscamos a pie el camino que sigue el Barranco de Plateros. Primero encontramos una enorme escombrera, y un poco más lejos llegamos a las imponentes ruinas, en medio de un paisaje de monte bajo. Si alzamos la vista al cerro de Buenavista, de arriba hacia abajo vemos sucesivamente otra escombrera, la enorme tolva y el lavadero. Lateralmente a todos ellos está el plano inclinado que bajaba las vagonetas de mineral desde las galerías superiores. Todas las instalaciones pueden recorrerse fácilmente gracias a los abundantes tramos de escaleras.
El estado de conservación es bastante bueno, pese a los más de 40 años de abandono. A ello ha contribuido, sin lugar a dudas, el empleo de hormigón en las últimas reformas acometidas. No obstante, la tolva es de piedra y también se conserva satisfactoriamente.
Protección
Las Minas están catalogadas bajo la denominación de “Lavadero el Marchal” como Inmueble nº 24 del Anexo de la Resolución de 7 de enero de 2004, de la Dirección General de Bienes Culturales, por la que se resuelve inscribir colectivamente con carácter genérico en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz cuarenta y cuatro Bienes Inmuebles pertenecientes al Patrimonio Industrial relacionados con la minería de los siglos XIX y XX en la provincia de Almería (BOJA nº 29 de 12/02/2004).